Personajes

En La estrella se alza en el cielo hay una gran cantidad personajes. A lo largo de sus páginas aparecen gentes provenientes de todos lo ancho y largo de Êrhis, ya sea colaborando con los protagonistas en su búsqueda como tratando de detenerlos o, incluso, tramando planes con un alcance insospechado.
Aquí podrás encontrar información y referencias de cada uno de ellos:

Ahesshaye Dukark / Hirvalmer Valar / Ichnen / Iemnêril T’athleren

Ahesshaye Dukark

El sol del mediodía vertía su luz sobre el patio de las caballerizas del Vüsur Ukkrim Ombhartur, la Casa de los Ukkrim, tiñendo de dorado la envejecida piedra de arcos y muros. Todavía ataviados con sobretodos y capas de viaje, un muchacho rubio y fuerte y una joven de piel tostada entraron de las riendas al establo dos inquietos corceles aún aparejados.

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Ahesshaye Dukark es uno de los personajes más aguerridos de

Aprendiz de la orden de los Ukkrim Ombhartur, con solo 17 años Ahesshaye se ha visto obligada a asumir la carga del antiguo legado de los Dukark, una responsabilidad que, para muchos, nunca debería haber recaído sobre los hombros de una mujer que es, además, solo medio kromtariana. Pero en los años que lleva en el Vüsur ha demostrado que su tenacidad y empuje son superiores a cualquier censura.

Hija de dos mundos y de ninguno, Ahesshaye se obligó a no pensar en el pasado, a no lamentarse ni escuchar la rabia para concentrarse y prevalecer en el camino que el destino puso ante ella. Sus logros y su tenacidad la han llevado a ganarse un lugar en el hogar de los caballeros Ukkrim, pero también le han valido confrontaciones y enemistades que su carácter no le ha permitido soslayar.

Desembarcó a una nueva vida en Kromtar con apenas 9 años, cuando su padre la envió para formarse como caballero Ukkrim, y hubo de dejar atrás sus recuerdos más añorados, aquellos en los que todavía estaban su madre y los juegos en las calles de Shalar. Siendo una niña aún, se vio arrojada a un mundo de rígidas normas e inviernos fríos, donde todo está al servicio del dios Khur y donde hubo de aprender a valerse sola y a superar cualquier desafío para defenderse y demostrar que podía pertenecer a aquel lugar.

Recién cumplidos los nueve años, Ahesshaye se vio arrancada del amor de su madre, de la ciudad que conocía y de su cómoda vida para ingresar en el rígido y cerrado mundo de la orden, donde muchos la miraban por encima del hombro por ser una muchacha y la hija mestiza de un Ukkrim que ni siquiera vivía en Kromtar.

Desde el principio, sin embargo, decidió no dejarse amilanar y afrontó sola la dureza de una instrucción hecha por y para hombres que exigía el sometimiento total a las reglas y que estaba encaminada a formar devotos combatientes.

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Algunos consideran que los maestros deberían haber sido menos transigentes con su temperamento, pero hay quienes han sabido ver que más allá de la rebeldía y la obstinación relucen algunas virtudes que pueden ser de gran valor para la orden. Ahesshaye, como ha hecho siempre, persevera en cuanto ha de hacer como aprendiz, aguardando el momento en que al fin sea investida con la sobrevesta blanca de los Ukkrrim Ombhartur.

Con el tiempo logró olvidar los juegos en las polvorientas calles de Shalar, la desobediencia sin consecuencias, la libertad y, en definitiva, la infancia, para estar a la altura del resto de aprendices y ser respetada por los maestros, y ya muy pocos en el Vüsur se atrevían a menospreciar a la muchacha de larga melena negra y exóticos ojos rojizos.

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Hirvalmer Valar

Empapada en sudor, la revuelta melena rubia enmarcaba un rostro bien parecido aun a pesar de los rasgos duros heredados de su padre.

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Hirvalmer protagonista La estrella se alza en el cieloPocas personas pueden sentir el peso de la historia reciente de Kromtar como Hirvalmer Valar. Hijo de dos grandes defensores del reino durante la Guerra del Mago Negro, la regente Nivenair Valar y Asdur de los Picos del Norte, con apenas 20 años es plenamente consciente del significado de su ascendencia y de lo que se espera de él.

Su padre, muerto al final de la guerra siendo él muy niño, apenas le legó unas pocas impresiones y sensaciones difusas, mientras que su madre, custodia del trono de Kromtar, hubo de volcarse en la reconstrucción de un reino descompuesto. Educado en la escuela palatina de Khurammar, Hirvalmer vivió su infancia casi como un huérfano, aprendiendo desde muy pronto a convivir con la soledad, la exigencia y las expectativas.

Lejos de lamentarse recuerda con cierta satisfacción los años pasados, sabedor de que todo lo vivido le ha valido para adquirir una madurez y una capacidad de entrega que han de servirle para ser investido caballero de los Ukkrim Ombhartur. Todo palidece ante su decisión de vestir la sobrevesta blanca de la orden, un deseo cuyo origen no termina de entender, pero hacia el que camina ignorando el ruido que en ocasiones lo rodea.

Hirvalmer era más prudente y sin duda mucho más reservado, capaz de hondas reflexiones y propenso a la soledad, pero tenía una voluntad inquebrantable y se esforzaba con denuedo en el camino de la orden. A lo largo de los años, Gaeden había tratado de educar su complejo carácter y salvaguardarlo del rigor de una inalcanzable autoexigencia, pues ya desde niño había pretendido cargar sobre sus hombros el peso de su insigne ascendencia. Su madre, Nivenair Valar, fue investida Ukkrim junto al propio Gaeden y tras la guerra se convirtió en regente del reino, mientras que su padre, Asdur de los Picos del Norte, entregó la vida para dar muerte al Mago Negro, y por mucho que Hirvalmer se lo hubiera negado el maestro sabía que lo atormentaba no llegar nunca a estar su altura.

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Sin embargo, cuanto mayor es su afán, cuanto más cerca siente su meta, más grandes son esas dudas cuyo origen renuncia a entender. En la soledad de su celda se repite noche tras noche que habrá de vestir el blanco, pues ha hecho todo lo necesario para conseguirlo, y se obliga a enterrar un amargo sinsabor cada vez que se pregunta el porqué de todos sus sacrificios.

Hirvalmer no se levantó, dominado por el recuerdo de sus primeros días en el Vüsur. A pesar de la agobiante disciplina que lo recibió, de los rostros desconocidos y la austeridad de la celda, todo era más sencillo en aquel entonces, sin preguntas que lo asediaran ni peso por legado alguno. ¿Por qué quiso ser Ukkrim? Ahora entendía que en su fría infancia, al pensar en Asdur, en los padres de Noseir y los de Darair, muertos todos en la guerra, y en muchos otros que como ellos hubieron de convivir con las ruinas y las pérdidas, el nombre de Khur bastaba para darle consuelo y esperanza para el futuro.
Sin darse cuenta una sonrisa acudió a sus labios. Qué sencillo era todo en aquel tiempo, qué seguro estaba de su camino y qué poco pesaban las preocupaciones.

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Ichnen

Al escuchar el repiqueteo de los martillos y el rumor sordo de las sierras el humor de Ichnen comenzó a mejorar, y tras un exagerado suspiro sus labios se curvaron en una amplia sonrisa. Mucho más tranquilo, se retiró los largos mechones pelirrojos que en su nerviosa llegada le habían ido cayendo sobre el rostro, y su expresión fue mudando de la irritación a la simple satisfacción. Bajo las pobladas cejas los grandes ojos verdes observaron curiosos los talleres, y sus rasgos duros se dulcificaron cuando saludó bienhumorado a los conocidos.

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Ichnen protagonista La estrella se alza en el cieloCon apenas 20 años y sin ningún éxito o logro digno de mención, Ichnen se ha granjeado cierta fama entre las tabernas y bodegas de Khurammar. En los populosos barrios artesanos, donde los oficiales se congregan para descansar y conversar en torno a la comida y la bebida, no es raro escuchar las carcajadas del muchacho alzándose entre el vocerío. En cualquier calleja por la que se deje caer encuentra algún conocido, para todos tiene reservado un saludo y una broma y, sin embargo, vaya donde vaya no deja de sentirse extraño.

Natural de la lejana Ennerhad, el joven Ichnen fue criado por su tía, quien, casada con un kromtariano, se hizo cargo de él tras la muerte de sus padres durante la Guerra del Mago Negro. Para su tristeza, no alberga ningún recuerdo de ellos ni de Ennerhad, pero gracias a las historias que escuchó desde niño se ha sentido siempre cerca de la tierra de su familia. Desde que tiene memoria se recuerda imaginando aquellas leyendas, regresando a Ennerhad y escapando de una vida que en ocasiones siente como una maldición.

Gracias a su tío comenzó a trabajar como siervo en el Vüsur Ukkrim Ombhartur, la casa de los caballeros Ukkrim, haciéndose cargo de todo cuanto requirieran sus nobles señores. Ichnen siempre ha soñado con ser investido con la sobrevesta blanca de la orden y empeñarse en la admirable misión de proteger a los indefensos y salvaguardar los principios del reino, pero nunca le han permitido recorrer ese camino.

Desde que su tía murió se acordaba constantemente de ella. Había sido la única persona que alimentó su confianza asegurándole que algún día sería alguien sobresaliente capaz de grandes cosas, pero la realidad era que mientras otros iban a labrarse un nombre él seguiría siendo un siervo hasta la tumba. Y ni siquiera un siervo importante, solo uno de esos que valían para todo.
A su alrededor la gente iba avanzando en sus vidas: se hacían Ukkrim, se casaban, se embarcaban, llegaban a oficiales… Él ni era Ukkrim, ni oficial, ni tenía ganas de embarcarse, y ni siquiera había encontrado una mujer que mereciera la pena. Así que, ¿qué había para él? No tenía ni idea; lo único que sabía era que la capilla debía estar barrida antes del siguiente oficio.

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Con el paso de los años se siente cada vez más extraño en Kromtar, como una suerte de exiliado a quien la vida no deja de negarle oportunidades y al que no le queda más satisfacción que vociferar y reír con unas cuantas cervezas.

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Iemnêril T'athleren

Admirado, Iemnêril se retiró por fin la capucha y apartándose los mechones rubios del rostro permitió a sus ojos dorados recrearse en tan grandiosa plaza, consciente de que jamás volvería a verla por primera vez.

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Iemnêril ahîr protagonista La estrella se alza en el cielo

Iemnêril es un viajero y un buscador. Durante años ha recorrido los caminos de Êrhis ansiando encontrar respuestas a los amargos enigmas a los que el pasado encadenó su memoria inmortal. La soledad, sin embargo, ha sido su compañera de viaje desde mucho antes, pues su mirada siempre ha indagado en un mundo que pasa ante él sin ofrecerle un ancla a la que aferrarse.

Descendiente de una ilustre familia de gobernantes de Halamnei, Iemnêril vive en el presente de su investigación, obligándose a no volver la vista atrás sobre un pasado que a veces ya no reconoce. Hubo una vida anterior, más feliz, que a veces no le parece que fuera realmente suya, y de la que de algún modo huye para no flaquear en su empeño. Fuera de su hogar todo cuanto lo rodea resulta lejano y carente de sentido para sus ojos centenarios; todo cuanto le queda está frente a sí.

Sin apartar la vista de la ciudad el ahîr obligó a su caballo a retomar la marcha para comenzar a descender la colina, y calándose la capucha trató de evitar la atención de los comerciantes, campesinos y caminantes que a aquella hora de la mañana recorrían la carretera empedrada. Los ahîra eran en todo iguales a los hombres, quizás más esbeltos, pero en sus rostros siempre armoniosos lucía de forma especial el cautivador brillo de sus iris dorados, y ese rasgo bastaba para distinguirlos de los mortales y atraer sus miradas curiosas.

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Durante mucho tiempo permaneció refugiado en Halamnei, ignorante por propia voluntad de lo que acaecía más allá de los muros que había levantado en torno a sí para encontrar cuanto busca: una verdad que entender. Espoleado por tal deseo y por la petición de su maestro, Mnaide el Longevo, se hizo al fin al camino para buscar en los mayores centros de saber de Êrhis retales que lo ayuden a entender cuanto sucedió años atrás.

Atrapado por la belleza del paisaje, Iemnêril alcanzó sin apenas darse cuenta el puente por el que la calzada cruzaba el río junto a los puertos, y su olfato se vio invadido por el fuerte olor del pescado y la brea. El graznido de una gaviota le hizo levantar la vista para seguir su vuelo hacia el sur, y la contemplación de la costa y el brillo de las aguas, el rumor de las olas y la caricia de la brisa salada trajeron a su memoria la última vez que viera el mar, allá en Halamnei, antes de hacerse al camino. Con una amarga punzada en el corazón, pensó que por largo que fuera el peregrinaje el viajero solo sentía la verdadera lejanía cuando se reencontraba con las pequeñas cosas que hubo de dejar.

Pero aunque su nostalgia era grande, el ahîr se había jurado no regresar hasta dar cumplimiento a la petición de su maestro Mnaide el Longevo y llevar de vuelta a Halamnei a su discípulo descarriado, tan querido también para el propio Iemnêril.

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La soledad, los caminos y la impresión de un mundo que se abre sorprendentemente vasto ante sus ojos van sacudiendo el polvo del viajero Iemnêril. Conforme contempla las maravillas que los siglos han erigido y derrumbado se tornan finos sus propios muros sin que ello merme la determinación y la necesidad que lo arrancaron de su hogar.