De los poblados de los valles altos y los puertos de calas sombrías y estrechas más de un gontesco ha partido para servir como hechicero o mago en las cortes, o en busca de aventuras, haciendo magias a los Señores del Archipiélago y yendo de isla en isla por todo Terramar. De entre ellos, hay quien dice que el más grande, y con seguridad el más viajero, fue el hombre llamado Gavilán, que en su época llegó a ser Señor de Dragones y Archimago. La vida de Gavilán ha sido narrada en la ‘Gesta de Ged’ y en numerosos cantares, pero éste es un relato del tiempo en que aún no era famoso, anterior a las canciones.
Así comienza Un Mago de Terramar, de Ursula K. Le Guin (Berkeley, California, 1929), el primer volumen de Historias de Terramar, saga iniciada allá por 1968 y cuya historia se prolongó hasta 2001. Sin embargo, no trataré en este post del conjunto de la saga, de la que cada uno de los libros merece más que unas cuantas palabras, sino que me centraré en el inicio de una saga que está con justicia entre los clásicos de la fantasía.
Un Mago de Terramar nos cuenta la historia de Gavilán antes de que llegara a ser el más grande de los magos; es la historia del hombre, o del niño, antes de ser leyenda. Ahí es donde, en mi opinión, habitan el encanto y las virtudes del libro. A través de sus páginas lo grande se hace pequeño, la fantasía se torna sencilla y cotidiana y del cuento surge toda la magia de un relato que sencillamente nos habla de una persona.
Gavilán es un mago, pero no deja de ser un joven que, como cualquiera de nosotros, se deja arrastrar por sus vicios y sus defectos. A causa del orgullo de la juventud se equivoca en decisiones que en su caso tendrán dramáticas consecuencias. En ese camino de error y aprendizaje que nos ofrece el libro, veremos cómo evoluciona de talentoso aprendiz a atormentado peregrino que busca su sombra para poder ser libre; toda una aventura cuyo profundo significado asoma en su tono sencillo. ¿Quién dijo que la fantasía solo eran elfos, dragones y enanos?
Es quizás en los contrastes donde más brilla el relato de Gavilán: el de la forma y el contenido, el de lo lírico con lo cruento, el de la magia con una realidad muchas veces miserable. Me sorprendió la alternancia de pasajes ligeros y evocadores con otros de tal dureza que atraparon mis pensamientos durante días; una dureza no tan explícita como a la que hoy estamos acostumbrados, es cierto, pero sin duda mucho más conmovedora.
Mención aparte merece el protagonista absoluto de la historia, Gavilán, marcado de nuevo por el contraste: el de la leyenda que será y el joven que es. He de reconocer que, aunque me ha parecido uno de los personajes más atractivos con los que me he encontrado en libros de fantasía y la literatura en general, me resulta difícil decir por qué. Quiero pensar que es más mérito de Ursula K. Le Guin que incapacidad mía, pues en ello veo la mano de una escritora que ha conseguido crear un personaje vivo y complejo, lleno de matices y sutilezas que se mezclan en una imagen que es difícil deshacer o analizar. Él es tanto el niño que se asusta por hechizar a las cabras como el muchacho que navega hasta el fin del mundo para liberarse.
Respecto a la magia, obviamente es un elemento fundamental en la historia, sin embargo no hablaré de ella en esta reseña, pues es un asunto que me reservo para la de Las Tumbas de Atuán. Del primer volumen me llamó más la atención lo humano del relato, y si me resultó interesante el aprendizaje mágico de Gavilán fue para ver en juego su talento y su trabajo al servicio de su orgullo adolescente. Será más adelante cuando, en manos de un hombre mucho más sabio, comprendamos mejor la magia y su lugar frente a otras realidades de Terramar, aunque sí es cierto que es en la primera entrega cuando Ursula K. Le Guin nos enseña magia, como si fuéramos un alumno más de la Isla de Roke. En este sentido, en el conjunto de la fantasía, destaca Un Mago de Terramar por mostrarnos por primera vez la forja de un mago antes de serlo, por introducirnos en los entresijos de su aprendizaje, haciéndonos entrar en una institución de enseñanza como si de una universidad se tratara. No quisiera mentar a Harry Potter, pero verdaderamente resulta que está todo inventado…
Frecuentemente he visto comparaciones entre Ursula K. Le Guin y J. R. R. Tolkien, y aunque entiendo que los mecanismos editoriales traten de proveer de coordenadas a los lectores, creo adecuado mantener las distancias. Ambos tienen voces propias y sus obras poseen virtudes que las han hecho destacar en el complejo panorama de la fantasía. Soy un gran aficionado a las historias de la Tierra Media, pero he de reconocer que hay cierto encanto en Un Mago de Terramar que no encontré en El Señor de los Anillos, y viceversa.
Lo único que me queda por hacer es recomendar esta historia a quienes todavía no conozcan un libro que es un verdadero clásico de la fantasía, a quienes quizás otras historias les resulten demasiado abrumadoras y a los que se sintieron cautivados por la infancia y el camino de aprendizaje de un joven mago con gafas y varita. A todos vosotros os recomiendo que conozcáis a Gavilán.
Fuentes:
https://rescepto.wordpress.com/2014/09/06/un-mago-de-terramar/
http://www.elhojeador.com/2010/11/07/terramar-1-un-mago-de-terramar-ursula-k-le-guin/
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