Me interrogas sobre las tierras incógnitas y sobre la credibilidad que debe otorgarse al gran número de monstruos que se dice viven en las regiones desconocidas de la tierra, en los desiertos y en las islas del océano y en los escondrijos de los montes más lejanos.
Anónimo, Liber monstruorum, siglo VIII
Cabeza desproporcionadamente grande, cráneo alargado, enormes ojos almendrados y piel verdosa. ¿Existen los extraterrestres? Y en caso de existir, ¿son así? Probablemente no, pero ésa es la imagen que tenemos fijada en la imaginación desde que hace décadas se nos ocurrió empezar a hablar de alienígenas.
La humanidad ha explorado ya tan a fondo la Tierra que cuando quiere crear fantasía no le quedan más opciones que abandonar el planeta y viajar al espacio, construir otra tierra (parecida pero nunca igual, a veces comunicada con ésta), o transformarla para jugar con su pasado o su futuro.
Pero hasta hace no mucho, tan sólo unos siglos, la imaginación de los hombres no necesitaba crear otros mundos ni lanzarse a las estrellas para fantasear con «lo desconocido», porque todo lo que se hallara más allá de las fronteras de la civilización (de nuestra civilización, claro) era extraño y remoto y estaba plagado de cuanto quisiéramos imaginar.
Y, así, del mismo modo que el hombre del siglo XX hizo que el espacio estuviera habitado por humanoides verdes, los europeos de la Antigüedad y la Edad Media poblaron los territorios de Oriente con criaturas fabulosas.
En el siglo V a. C., el médico e historiador Ctesias de Cnido, que había sido prisionero del rey persa Artajerjes, escribió su Índica, en la que además de recoger (con gran libertad creativa) las costumbres y la geografía de la India a partir de testimonios persas, se refiere ya a algunos extraños seres similares a los hombres (esciápodos, cinocéfalos y otros) que pasaron a formar parte de la imaginería científico-naturalista antigua y medieval.
Un siglo después, las conquistas de Alejandro Magno ampliaron enormemente el mundo conocido, pero también dieron alas a las fantasías sobre lo que hubiera más allá, y durante el período helenístico se multiplicaron las descripciones y leyendas de lugares, gentes y seres maravillosos. La propia Novela de Alejandro, conocida a través de versiones romanas posteriores pero que se remonta al siglo III a. C., narra los encuentros y batallas del macedonio y sus ejércitos con las criaturas más diversas.
La Historia natural de Plinio el Viejo, del siglo I d. C., tuvo un enorme peso en los siglos posteriores y terminó de fijar en la mentalidad antiguo-medieval la existencia de aquellos curiosos monstruos.
En la Alta Edad Media, san Isidoro de Sevilla describe en las Etimologías (siglo VII), una larga lista de ellos, al igual que hace Rabano Mauro, ya en el siglo IX, en su De rerum naturis. De los siglos XII y XIII destacan las descripciones del Imago mundi de Honorio de Autun y del Libro del tesoro de Brunetto Latini.
En el siglo XIV las narraciones sobre criaturas y lugares lejanos e insólitos habían abandonado en parte ese carácter científico para convertirse en un auténtico género literario, el de los mirabilia o libros de maravillas. Uno de los más interesantes es el de Los viajes de Juan de Mandeville, que inspiró enormemente a Marco Polo; aunque el veneciano, auténtico y esforzado viajero de mente crítica, oscila en sus escritos entre lo que la tradición había inventado y lo que realmente vio. Y así, por ejemplo, resulta divertido su decepcionante descubrimiento de los unicornios, que describe con «pelo de búfalos y pies como elefantes», muy alejados del corcel blanco y grácil de las leyendas; «un animal muy feo», en realidad, pues se trataba, por supuesto, de rinocerontes.
Durante los siglos posteriores, con el descubrimiento de América, las mejoras en la navegación y las exploraciones, el mundo fue perdiendo poco a poco el misterio para los europeos, y aunque los indígenas y sus costumbres pudieron resultar, en los primeros momentos, tanto o más fascinantes que aquellas otras criaturas, la realidad se impuso.
Pero, hecho este repaso histórico, vamos a lo más interesante: ¿cuáles y cómo eran esas criaturas? Son muchísimos los autores que desde el siglo VI a. C. las han mencionado y descrito y con cada uno de ellos la lista se ha ido modificando y ampliando, así que vamos a quedarnos con los más famosos:
Arimaspos
No lejos del punto donde nace el aquilón, lugar llamado «cerradura de la tierra», se dice que viven los arimaspos (…), caracterizados por tener un solo ojo en medio de la frente.
Plinio el Viejo, Historia natural, VI
Según Heródoto, su nombre proviene de las palabras escitas arima, ‘uno’, y spu, ‘ojo’. Los arimaspos vivían en los Urales, o quizás en los Cárpatos, y trataban de robar el oro de las minas extraído y custodiado por los grifos.
Esciápodos
Se dice que en Etiopía vive el pueblo de los esciápodos, dotados de piernas especiales y extraordinariamente veloces; los griegos los llaman skiòpodes porque, cuando se tumban de espaldas en el suelo debido al gran calor del sol, se hacen sombra con sus enormes pies.
Isidoro de Sevilla, Etimologías, XI, 3
Esciápodo, de skiápodes, significa ‘sombra-pie’, aunque a veces también son llamados monóscelos, monocolos o monopodos. Podrían tener su origen en los Sâdhus indios, una de cuyas posturas de meditación consiste en sostenerse sobre una sola pierna. Skylax de Karyanda fue el primero en mencionarlos, ya en el siglo VI a. C., y desde entonces se convirtieron en uno de los pueblos monstruosos más populares.
Ástomos
Dice también Megástenes que en los confines extremos de la India, en Oriente, junto a las fuentes del Ganges, habitan los ástomos, gentes que carecen de boca, con el cuerpo cubierto por completo de pelo y vestidos de copos de algodón; se alimentan tan sólo del aire que respiran y de los olores.
Plinio el Viejo, Historia natural, VI
Según Plinio, a los ástomos (‘sin boca’) les gusta olisquear flores y frutas, especialmente manzanas, de cuyos aromas se alimentan. Pero su sentido del olfato está tan desarrollado que han de tener cuidado, porque olfatear un mal olor puede llegar a causarles la muerte.
Brachistomos
Otras [gentes] tienen la boca tan pequeña que sólo pueden alimentarse a través de un pequeño agujero utilizando pajillas de avena.
Isidoro de Sevilla, Etimologías, XI, 3
Primos de los ástomos son los brachistomos (‘boca pequeña’), dotados de un pequeño agujerillo que hace las veces de boca por el que pueden absorber líquidos. Plinio los sitúa en Etiopía, pero san Isidoro los lleva hasta Extremo Oriente.
Cinocéfalos
También en aquellas regiones nacen los cinocéfalos (…); parecen caballos por las crines que exhiben, jabalíes por los dientes y perros por la cabeza; pueden incluso lanzar fuego y llamas por la boca.
Anónimo, De rebus in oriente mirabilibus
Cinocéfalos (del griego kynokephaloi, ‘cabezas de perro’) es en realidad una manera genérica de referirse a seres con cuerpo humano y cabeza de perro, presentes en la mitología de medio mundo: los hemikynes del Mar Negro que menciona Hesíodo, los cynopennae persas de Tertuliano, los kinoprosopoi norteafricanos de Eliano, los swamukha indios que aparecen en los Puranas, los kukoku japoneses o el propio Anubis son algunos ejemplos. Por lo general, los cinocéfalos representan la irracionalidad y la degradación.
Blemios
Algunos creen que en Libia nacen los blemmes, cuerpos carentes de cabeza, con la boca y los ojos en el pecho.
Isidoro de Sevilla, Etmilogías, XI, 3
Seres sin cabeza y con el rostro en el torso aparecen en las mitologías de casi todo el mundo, desde los esquimales del estrecho de Bering hasta América del Sur, donde los llaman ewaipanoma. Pero los blemios propiamente dichos viven, según Plinio, en el desierto de Libia, y reciben su nombre de un pueblo real (con cabeza, eso sí) que habitó entre el Mar Rojo y el valle del Nilo.
Panotii
Dicen que junto a los escitas viven los panotii, que tienen unas orejas tan grandes que podrían cubrirse con ellas el cuerpo entero.
Isidoro de Sevilla, Etimologías, XI, 3
El término panotii, ‘todo orejas’, fue utilizado por primera vez por Pomponio Mela en el siglo I d. C., pero autores anteriores como Megástenes o Skylax de Karyanda ya hablaban de gentes con enormes orejas. Se dice de ellos que, cuando duermen, usan una oreja como colchón y la otra como manta, que son muy miedosos y que a veces huyen volando con las orejas.
Antípodes
Según Megástenes, en un monte llamado Nulo, hay unos hombres con las plantas de los pies vueltas hacia atrás y ocho dedos en cada pie.
Plinio el Viejo, Historia natural, VI
Siguiendo a Megástenes, Plinio sitúa a los antípodes en el norte de Escitia, en una tierra llamada Abarimo (probablemente el Himalaya) y no dice que tengan más dedos de los habituales, un añadido de época más tardía. La mayoría de autores coincide, sin embargo, en otorgarles una gran velocidad.
Si para la mentalidad contemporánea el alienígena de ojos almendrados y sus congéneres suelen representar una poderosa amenaza, o bien una fuente de conocimiento superior, ¿qué significaban para los grecorromanos y los hombres medievales estos seres monstruosos?
En la Antigüedad, todo lo que se hallara fuera de los límites de la polis o de las fronteras del Imperio era considerado salvaje, bárbaro y, por encima de todo, incivilizado en el más pleno sentido. Así pues, las criaturas de las que hablaban Heródoto o Plinio, habitantes de tierras lejanas e incógnitas, son deformes y monstruosas para diferenciarlas del hombre civilizado, y su comportamiento, por lo general feroz y casi animal, las hace sustancialmente inferiores a éste.
Con la llegada del Cristianismo su significado varió ligeramente y perdió parte de esas connotaciones negativas. Aunque seguían siendo considerados inferiores a los seres humanos, algunos autores trataron de incluir a los pueblos monstruosos en la cosmogonía bíblica. San Agustín les dedicó un capítulo entero en De Civitate Dei, donde concluye que, si existen (pues dice no estar seguro), han de tener necesariamente un lugar en el diseño divino y por tanto son, como cualquier otro elemento de la Naturaleza, buenos.
Dios, que es el creador de todas las cosas, conoce dónde y cuándo conviene o ha convenido crear algo, sabiendo de qué semejanza o desemejanza de partes ha de formar parte de la hermosura del universo. (…) Que nadie -por más que ignore la causa- llegue a la insensatez de pensar que el Creador se equivocó (…).
San Agustín, La Ciudad de Dios, XVI, 8
Sin embargo, a pesar de dignificarlos en cierta medida, la doctrina cristiana los utilizó a su vez como ejemplo del mal camino, pues es llamativo que la mayoría de las gentes monstruosas se caractericen por la práctica de algún comportamiento humano negativo (avaricia, pasiones desenfrenadas, ira…).
En cualquier caso, lo que mejor vienen a significar estas criaturas es la relación desconocido-monstruoso. Los antiguos imaginaron hombres grotescos y animalescos en las tierras que no alcanzaban a conocer, del mismo modo que hoy imaginamos hombres verdes de ojos enormes o gigantescos insectos de mente enjambre y saliva ácida en el espacio aún sin descubrir. Y aunque nosotros, sometidos por las realidades científicas, hemos de recluirlos en las páginas de las novelas y la pantalla de cine, seguimos participando de ese proceder tan humano que convierte en monstruo lo que no se conoce.
Bibliografía:
ALVAR EZQUERRA, J. (dir.), Diccionario Espasa de mitología universal, Madrid, 2000.
IZZI, M., Diccionario ilustrado de los monstruos, Roma, 1989.
CHEVALIER, J. y GHEERBRANT, A., Diccionario de los símbolos, Barcelona, 1986.
ECO, U., Historia de las tierras y los lugares legendarios, Barcelona, 2013.
Webs:
Wikipedia: popoli mostruosi
Imagen de cabecera: Cosmographis universalis, Sebastian Münster, 1544 (fuente: wikipedia)
Add Comment