Herthnara
Hasta la infinitud del océano occidental se extiende el vasto territorio que domina orgullosa el águila blanca de Herthnara, cuyas grandes alas han criado durante generaciones la firme determinación de un imperio. A lo largo de muchos siglos, bárbaros, kromtarianos o ilanos apenas han mermado la altura y fuerza de las fronteras que la voluntad de los herthnareses extendió tiempo atrás. Herthnara es una obra de los hombres, de la esperanza insuflada por el cielo, del pasado hecho presente.
El Imperio del Mar
Nadie duda en Êrhis de que pocos poderes se pueden igualar al de Herthnara. Su tamaño y fortaleza son conocidos y dignos de admiración en lugares muy distantes. Algunos saben de su larga historia, de cómo los clanes montañeses se unieron a larga guerra que puso fin al Imperio de Naushie. Pocos, sin embargo, conocen la historia antes de la historia y cómo ha inspirado el espíritu de un pueblo.
Cuenta el Sorne Hedunn, el poema clásico que narra la epopeya herthnaresa, que en un tiempo remoto hubo una gran ciudad a orillas del mar, Munnara. Dicha ciudad no fue construida por manos humanas, sino que fue levantada por los dioses para albergar su morada y la de sus guardianes, los ancestros de los herthnareses.
El esplendor y gloria de aquella ciudad fue tal que se convirtió en luz e inspiración para otros pueblos, muestra de la altura del genio de los hombres y de la benevolencia de los dioses. A ella acudían para ornar sus muros con el reconocimiento y honor de sus ofrendas, y para solicitar su ayuda y generosidad ante los peligros del mundo. Así, los moradores de aquella urbe se erigieron en cabeza de los hombres y guardianes de la morada terrena de los dioses; a ellos correspondía por derecho el mayor honor y dignidad entre los mortales.
Otros pueblos habían rechazado la llamada de dioses como Afarae o Grödu, o habían ansiado las riquezas y honores de Munnara; todos fueron abandonados o expulsados de sus umbrales. Algunos desafiaron su fuerza y dominio; sus muros contemplaron la llegada de las rápidas galeras antes de ser derruidos. Solo una fuerza pudo acabar con aquella ciudad: la misma Munnara.
Los siglos trajeron tiempos más oscuros y poderes desconocidos que atacaron la ciudad desde el interior. En una época de oscuridad y confusión como nadie recuerda, los corazones fueron corrompidos y aquellos que habían olvidado su vieja historia se revolvieron contra Munnara con la esperanza de hacer de la ciudad patrimonio exclusivo de los hombres.En el caos de sangre y fuego de aquellos días, solo unos pocos lograron escapar del hundimiento. Guiados por líderes de augusto linaje, escaparon por la tierra hacia el norte, hacia las montañas, buscando refugio de la noche del mundo, cargados con más recuerdos que esperanzas.
Cuál fue su sorpresa cuando, al dejar atrás las loas y alabanzas al antiguo imperio perdido, se encontró con que en la narración de su destrucción y caída aparecían descritos unos extraños hombres de inusitada palidez y mirada vacía. El poema los llamaba Labanu Eorla, Caras Blancas, y hablaba de ellos como seres corruptos por el mal.
Êrhis I. La estrella se alza en el cielo
El Gran Exilio
La caída de Munnara supuso para aquel pueblo la orfandad y el destierro en unos años en los que la oscuridad y la guerra llenaban la tierra. Solo la voluntad y el liderazgo de grandes familias les permitieron alcanzar el abrigo de las montañas y hallar refugio de la persecución de aquellos que habían hundido la ciudad.
En los valles, sin embargo, siguieron años de lucha y enfrentamiento con los pueblos que allí moraban. Fueron enfrentados, diezmados y perseguidos, empujados a una suerte de peregrinaje en la búsqueda de un remedo de su antiguo hogar. El paso de los años fue mermando a aquel pueblo orgulloso, pero la voluntad y la memoria los mantuvo unidos, y en su seno comenzó a forjarse una voluntad y una esperanza que darían forma a un imperio.
Los clanes
Aquel largo viaje que narran los poemas no hubiera sido posible sin la determinación de los antiguos hijos de Munnara y la guía y bravura de sus líderes. Distintas familias descollaron entre los suyos, asumiendo la responsabilidad de organizar la vida en el camino, dirigir la defensa y preservar la memoria. Algunas se decían originarias de la propia Munnara, como los Huor-than, custodios de un vasto acervo de los luctuosos sucesos de la caída, o los Thrian-jar, quienes anunciaron el final merced a la videncia con que los dioses obsequiaron a sus ancestros.
La tradición herthnaresa ha ubicado en esta época el alzamiento de destacados héroes y caudillos, reivindicaciones del valor de sus antepasados ante la adversidad o leyendas enriquecidas por los clanes y sus ambiciones. Sea cual fuera la verdad, lo cierto es que el largo y duro peregrinar de aquel pueblo fue lento y ordenado. Privados de la bendición de su ciudad, buscaban a sus dioses en el mundo que recorrían, y en aquel esfuerzo y por la necesidad del viaje, corrieron el riesgo de olvidar y perderse, pero en torno a los fuegos custodiaron la memoria, y esta empujó sus pasos.
De entre los líderes de las familias que guiaban a las gentes, se eligió a varios para dirigir el viaje y comunicar las inquietudes y dudas de los suyos. Los viejos textos no precisan cuántos fueron, pero la historia herthnaresa posterior ha querido ver en las líneas que refieren esta elección el origen de la Arjantunnu posterior, el gobierno de tres reyes.
Pasadas las generaciones, en las estribaciones occidentales de la Gran Cordillera, tras dura lucha contra los pueblos autóctonos, y aun con las tribus hinnerdenses del llano, los antepasados de los herthnareses reclamaron tierra para sí. Los distintos clanes se fueron asentando en aquellas montañas según su parecer. Ya no solo las gentes, sino que también las nuevas tierras quedaron bajo la dirección y protección de las granes familias, que en algunos casos, incluso llegaron a dar su nombre al territorio y sus habitantes en una suerte de apadrinamiento. Cada clan vivía y se organizaba con autonomía, pero regularmente había encuentros, ceremonias y asambleas para vivificar los antiguos lazos, aunque los tres reyes, hallado un destino, quedaron como títulos honorificos.
Crisol de un imperio
Con el asentamiento definitivo, los distintos clanes fueron creciendo y ganando fuerza, trabando también relación con pueblos cercanos. Los clanes del norte, en su salida a las llanuras de Hinnerdheim, pronto alcanzaron entendimiento con los clanes de jinetes; los orientales, por el contrario, no mostraron especial interés en su contacto con los kromtarianos; pero los clanes del sur pronto chocaron con Naushie.
Con su crecimiento, la necesidad de nuevas tierras y rutas que llevaran al sur, hacia el mar, hizo que los herthnareses de las montañas entraran en conflicto con los naushitas. A la oposición por la tierra y las riquezas, sin embargo, los herthnareses añadieron un componente moral. De algún modo, por sus tradiciones y relatos se seguían viendo como los dignos herederos de Munnara y su dominio sobre los mares. El poder del imperio de Naushie era visto como usurpador, sin embargo, resultaba inabarcable. Tras algunos conflictos en las fronteras, los clanes herthnareses buscaron seguridad en lo profundo de la montaña.
Algunos sabios consideran que fue en esta época cuando comenzó a cundir entre los herthnareses la creencia en el retorno del dios Mün Afarae, quien, destruida antaño su morada, regresaba para guiarlos. Comenzó a ser creído que el águila del dios regresaría para guiar a sus guardianes en la búsqueda de una nueva morada para él y sus seguidores.
Retorno del águila
La historia dio a los herthnareses la oportunidad de retornar a sus orígenes en los tumultuosos años que pusieron fin a Naushie. Si para el Imperio Esmeralda fueron vaticinio de la fatalidad, para los herthnareses fueron una llamada a la esperanza.
Cuentan las antiguas crónicas que, entre las luchas y las ofensivas alimentadas por la guerra entre Naushie y Kromtar, el águila de Mün Afarae surcó de nuevo el cielo. El testimonio de su aparición pronto se difundió entre los valles y los clanes escucharon las palabras de su profeta. Los reyes se pusieron de nuevo al frente de su pueblo y los clanes se dispusieron a abandonar sus tierras para regresar por fin al mar.
Con la unidad de todos los clanes, los herthnareses protagonizaron su propio avance sobre Naushie desde las estribaciones occidentales de la Gran Cordillera. La conquista de la antigua Irnabara y la contemplación del mar los hizo reencontrarse con su grandeza y creyeron por vez primera, en cientos de generaciones, que regresaban a los tiempos pretéritos de orgullo y primacía.
Por ello jamás se consideraron ingeriores a los naushitas, y si cuando Kromtar llegó maravillado al mar se sintió ante un nuevo horizonte, Herthnara contempló las inmensas aguas con la satisfacción de quien regresa a casa.
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Su guerra no fue de conquista, sino de retorno. Toda plaza ganada, toda ciudad ocupada era vista como la recuperación de lo perdido y la liberación de la tierra tras siglos de pérdida. Y, transcurrida la ofensiva, cuando el águila blanca llegó por fin al mar, la siguieron los clanes una última vez hacia el norte, hacia la región que se conoce hoy como Jalle Erthnara. Allí, sobre una alta y escarpada colina, el águila de Mün Afarae se posó por fin y bendijo la tierra para levantar su morada y la de los dioses. Allí levantaron los herthnareses Runn, capital de su nuevo imperio, que permanece todavía hoy firme y orgullosa ante las montañas.
Runn era sin duda más grande, y como hija de su pueblo poseía esa digna exuberancia herthnaresa que tan bien sabía impresionar a los visitantes. Con sus grandes avenidas porticadas, sus trazados ascendentes y la retórica ornamentación de sus palacios, la capital del Imperio del Águila exhibía a los sentidos la riqueza y la fuerza de Herthnara.
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El triunfo de Herthnara sobre Naushie fue visto siempre como una recompensa a la fe y la voluntad de un pueblo que se esforzó por mantenerse fiel a sus raíces pese al sufrimiento y el exilio.
Rápido crecimiento
La guerra puso bajo poder de los clanes un vasto territorio sobre el que impusieron su lengua, sus costumbres y su religión. Los antiguos naushitas quedaron durante generaciones bajo la voluntad de los nuevos señores, buscando su lugar en un orden venido de las montañas y reivindicado como más antiguo que el suyo propio.
Pronto el dominio herthnarés se vio desafiado por las pretensiones del rey kromtariano, Tagskerk el Grande, quien aspiraba a reunificar el antiguo territorio de Naushie bajo un mando y proyecto únicos. Bajo pretexto de una mayor autoridad por haber conquistado la capital del imperio y la voluntad de recuperar a quienes, de algún modo, consideraba bajo su protección, los naushitas, el rey kromtariano plantó una batalla que, sin embargo, vencieron los herthnareses en lo que hoy se conoce como Llano de Argur. Desde entonces la frontera este quedó fijada, siempre bajo la sombra de los vecinos kromtarianos, con quienes el tiempo brindó la oportunidad de más enfrentamientos.
Al norte, las tierras de los pueblos montañeses y el límite con los clanes hinnerdenses fueron dominados y pacificados, convertidos en fuerte frontera para el Imperio del Águila. Fue generaciones más tarde cuando los herthnareses chocaron con el poder ilano en los mares del sur. Conforme las galeras herthnareses se adentraban más y más en los mares meridionales y reivindicaban rutas y enclaves que conectaran el mar Interior con el océano occidental, la tensión fue en aumento.
No puede decirse que existiera entre estos dos pueblos una gran guerra; más bien cortos e intensos conflictos a lo largo de los siglos, algunos de los cuales han amenazado con quebrar el complejo equilibrio de poderes en el mar Interior.
El dominio
La historia de Herthnara ha sido larga, dura y conflictiva. El relato de su epopeya está jalonado de momentos cruciales y oscuros, episodios en los que la historia bien podría haber terminado y el espíritu de los herthnareses haberse quebrado definitivamente. Sin embargo, no fue así.
Los herthnareses opinan que su existencia es el triunfo de su voluntad, de su convencimiento contra toda circunstancia y amenaza. Tal convicción se vio acrecentada con el engrandecimiento del imperio durante las Eras de la Guerra. El mero hecho de la existencia de Herthnara es un motivo para creer en el éxito de cualquier empresa futura, pues su historia los ha enseñado a acometer sus objetivos sin reservas.
Por otro lado, tal confianza proviene de cierta conciencia de superioridad, de derecho natural. Sus cantos y poemas recogen una historia gloriosa que los coloca como herederos de aquellos que fueron llamados Primeros entre los Hombres, como una suerte de reyes entre los reyes. No es, sin embargo, una dignidad ligada a una familia de dirigentes, sino heredada por la preeminencia y valor de un pueblo fruto de la confianza de los dioses.
Su glorioso presente es una sanción de su esforzado pasado y una reivindicación de su modo de obrar. Tan vastas tierras han alimentado generaciones innumerables que hacen suyo ese afán y convierten la voluntad y el genio individual en poder para engrandecer el imperio.
La voluntad
Herthnara es, ante todo, un pueblo, una comunidad unida por la historia, por el pasado y los desafíos del mundo. El recuerdo de su origen siempre ha cohesionado a los herthnareses, dándoles una referencia, un punto brillante en la memoria con el que identificarse. Ni el hundimiento de Munnara, ni el exilio ni las guerras posteriores lograron nunca romper ese vínculo con aquella ciudad y con los dioses. A través del recuerdo, los dioses han estado con Herthnara aun cuando el destino y el mundo no se los mostrara, y a través del recuerdo los herthnareses han iluminado su voluntad.
Tal memoria no es solo excusa o fuente de fortaleza, sino que ha sido también objetivo de futuro, anhelo que alcanzar y exigencia moral. El pasado puede, por un lado, verse como justificación del presente y del futuro, pero el presente ha de dignificarlo mediante la voluntad y la acción de los hombres, que hacen por tanto real el pasado que, de otro modo, no sería más que canción y recuerdo. Así, cada generación ha entendido que ha de caminar hacia el legado recibido, hacia Munnara, superando a la anterior para regresar al origen que justifica su ser y existencia.
Las circunstancias han puesto a prueba este convencimiento, pero Herthnara siempre lo ha visto como prueba para la tenacidad y el endurecimiento. Si las generaciones no pueden sobreponerse a las pruebas del mundo, entonces no han de ser dignas de aquel origen mítico, pues, de lo contrario, lo harían presente. Por este camino, los herthnareses han desarrollado una plena confianza en las distintas generaciones e individuos, en su capacidad para cambiar lo que viene dado por la historia, pues todos, como herthnareses, son herederos de los gloriosos tiempos de la primacia de Munnara.
Nunca se han cerrado al talento de cada uno, al deseo de superar a los ancestros y engrandecer el acervo de su pueblo. Y, en consonancia, nunca se han negado a que un hombre se coloque respecto a sus semejantes a la altura que dictaminen sus obras y logros. Ello ha supuesto que los herthnareses se jacten siempre de que en su tierra el talento pone a cada uno en su lugar, que la familia, el clan o la historia no determinan dónde has de estar, qué poder detentas o qué honores recibes. Herthnara ubica a sus hijos allí donde deben estar.
Pese a las burlas de muchos extranjeros escépticos, los súbditos del Águila se jactaban de ser su tierra, tal como decía el dicho, aquella en la que uno podía nacer carpintero y morir rey.
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