Grandes viajeros de la Historia (I)

Estas últimas semanas hemos hablado del viaje, o los viajes, centrándonos principalmente en aquellos aspectos relacionados con la fantasía, pero hoy nos gustaría acercarnos al tema a través de algunos de los más grandes viajeros que ha dado la Historia, cuyas aventuras y descubrimientos bien podrían -y en muchos casos así lo hicieron- haberse convertido en apasionante literatura.

La curiosidad, el deseo de conocer, el impulso por desvelar lo que aún se ignora, son connaturales al ser humano, y aunque la mayoría de nosotros preferimos esperar cómodamente a que otro nos cuente lo que ha descubierto, a través de los tiempos han sido muchos los que venciendo conformismos, apatías y temores se echaron a los caminos (o a los océanos) para extender las fronteras de lo conocido. Muchos, hemos dicho, así que, aun reduciendo enormemente la lista, vamos a necesitar dos artículos para hablar de ellos.

Desde la antigua Grecia hasta los albores del siglo XX, antes de que el planeta Tierra se nos quedara pequeño y hubiéramos de lanzar sondas al espacio, éstos son algunos de los mayores viajeros de la Historia:

HERÓDOTO

Historias Herodoto II

Historias, Heródoto (imagen: planities)

Heródoto (ca.484-ca.425 a.C.), llamado ya por los antiguos «Padre de la Historia», nació en Halicarnaso, la actual Bodrum (Turquía), que en aquel tiempo estaba bajo dominio persa. Se dice que Heródoto, griego por ascendencia y por cultura, fue desterrado, y que más tarde regresó para participar en las revueltas que derrocaron al tirano medo. Durante su exilio recorrió gran parte del imperio persa, las islas griegas, Egipto, Babilonia, Fenicia… Más tarde viajó hasta Atenas, donde al parecer se labró la admiración del propio Pericles, y por último participó en la fundación de la colonia griega de Turios, en la Magna Grecia (sur de Italia), donde debió de pasar sus últimos años de vida dedicado a la escritura.

Su gran obra, Historiae Los nueve libros de historia, escrita hacia el año 430 a.C., narra las Guerras Médicas que habían enfrentado a griegos y persas a comienzos de siglo. El conflicto bélico, tanto su desarrollo como sus causas, es el tema fundamental, pero en ocasiones intercala descripciones y curiosidades sobre pueblos y territorios relacionados directa o indirectamente con los persas, quizá para acercar tan exóticos países a sus lectores (u oyentes) helenos. Muchas veces basa sus afirmaciones en fuentes orales y leyendas, pero lo hace con una sorprendente mentalidad crítica:

Me veo en el deber de referir lo que se me cuenta, pero no de creérmelo todo a rajatabla; esta afirmación es aplicable a la totalidad de mi obra.

Historiae, VII, 151, 3

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La Ecúmene helénica («tierra habitada», el mundo conocido por los griegos) según Heródoto. Reconstrucción de un mapa de hacia 450 a.C. (imagen: wikipedia)

ALEJANDRO MAGNO

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Alejandro Magno en el mosaico de Issos, siglo I a.C., Museo Arqueológico Nacional de Nápoles (imagen: el mundo antiguo)

En sus escasos treinta y tres años de vida (356-323 a.C.), Alejandro III de Macedonia logró convertirse en el mayor conquistador de la Antigüedad, conectó para siempre dos mundos separados y antagónicos, Oriente y Occidente, y dio lugar a un período de intercambios culturales sin los que no puede entenderse la Historia posterior.

Había heredado de su padre, Filipo II, una Macedonia dominadora de Grecia, en cuya cultura se había formado (el mismísimo Aristóteles fue su mentor), pero su poder en los territorios conquistados era débil pues los helenos pugnaban por independizarse. En dos años afianzó el legado de su antecesor, y, hecho esto, se lanzó a la conquista de Persia, imperio de fuerza incontestable… hasta entonces. Fue encadenando victoria tras victoria (Gránico, Issos, Gaugamela, Puerta Persa…) hasta llegar a la India. A pesar de vencer allí también, su ejército se negó a continuar hacia el Este tras nueve años de guerra sin descanso, y Alejandro regresó a Babilonia. En el momento de su muerte, el Imperio Macedonio se extendía desde los territorios griegos del Mediterráneo hasta el río Indo, pasando por Egipto, Asia Menor y el Próximo y Medio Oriente.

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Viajes y conquistas de Alejandro Magno (imagen: el tamiz)

Lo fulgurante de sus conquistas y su precoz muerte impidieron que el imperio se asentase, y las disputas entre sus generales condujeron a la llamada ‘guerra de los diádocos’ que acabó por fracturar el inmenso territorio en los reinos helenísticos. Toda la familia de Alejandro (madre, esposas e hijo) fue asesinada, y con el fin de la dinastía se eliminó también cualquier posibilidad de reunificación.

Pero los caminos abiertos por Alejandro Magno ya no pudieron cerrarse, y a partir de entonces Oriente y Occidente se encontraron mucho más unidos. Los cambios en la mentalidad, la sensibilidad, la cultura y el arte propios del período helenístico son consecuencia directa de esa unión, que el Imperio Romano terminó por reafirmar.

EGERIA

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Edición inglesa del Itinerarium ad Loca Sancta, 1919 (imagen: wikipedia)

En la segunda mitad del siglo IV, cuando el Imperio Romano de Occidente se precipitaba hacia su final y hacía poco que el Cristianismo se hallaba libre de persecuciones, una monja hispana decidió abandonar la seguridad de su convento y recorrer miles de kilómetros para visitar los Santos Lugares, en el otro extremo del mundo -de su mundo, al menos-, en un viaje que, además, puso por escrito.

Se sabe muy poco sobre la vida de Egeria, pero parece casi seguro que era originaria de la Gallaecia (Galicia) y, muy probablemente, de familia aristocrática, pues demuestra en su obra una amplia y refinada formación. Respecto a las motivaciones que la llevaron a emprender semejante periplo, obviamente su profunda fe hubo de ser una de ellas, pero también lo fue, como ella misma refiere, su «ilimitada curiosidad».

La obra que contiene la narración de sus peripecias y las descripciones de los lugares que visitó lleva el título de Itinerarium ad Loca Sancta, y, aunque en su momento tuvo cierta difusión, fue después olvidada hasta el siglo XIX. Gracias a ella sabemos que aprovechó las calzadas romanas para moverse por tierra, que se alojaba en las mansio o casas de postas, o en los monasterios que iba encontrando (más habituales en el Imperio de Oriente) y que probablemente viajaba acompañada de guardaespaldas, al menos durante algunas etapas del camino. Cosa comprensible teniendo en cuenta la inestabilidad que dominaba el Imperio.

Partiendo de su Gallaecia natal, recorrió el norte de Hispania, cruzó los Pirineos orientales y viajó a través de la costa sur de la Galia para llegar a la Península Itálica. Se cree que cruzó el Adriático hacia Iliria o Grecia, o tal vez bordeó Sicilia y el Peloponeso hasta llegar al Bósforo. En cualquier caso, en el año 381 había llegado a Constantinopla, capital del Imperio de Oriente. Después viajó a Jerusalén, Jericó, Cafarnaúm y Nazaret, y desde allí hacia Egipto, donde visitó Alejandría, Tebas, el monte Sinaí y el Mar Rojo. Marchó entonces hacia Antioquía y por último a Mesopotamia y Siria. Regresó a Galicia tres años después de su partida.

El peregrinaje de Egeria tuvo lugar en un momento en que la romanidad todavía mantenía unido un vastísimo territorio que, apenas cien años más tarde, con la caída del Imperio de Occidente, se vio irreparablemente despedazado.

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El viaje de Egeria (imagen: cofrades)

ERIK EL ROJO Y LEIF ERIKSSON

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Página de la Saga de Erik el Rojo, siglo XIII (imagen: medievalists)

Habiendo sido desterrado de Islandia, Erik Thorvaldsson (ca.950-1003), comerciante y explorador vikingo, decidió embarcar hacia el Oeste en busca de una tierra en la que un siglo antes otros navegantes, empujados por las corrientes, decían haber puesto pie. En el año 982 alcanzó el cabo más meridional de Groenlandia pero lo encontró completamente helado, por lo que continuó navegando para ascender por la costa occidental hasta hallar una zona despejada de hielo donde poder establecer una colonia. Allí desembarcó e instaló un primer campamento junto a los pocos hombres que lo acompañaban.

Llamó a esta nueva tierra Groenlandia (Greenland, «tierra verde»), probablemente para animar a otros habitantes de Islandia («tierra de hielo») a asentarse allí, y pasó algunos años explorándola. Terminado su destierro regresó a Islandia y logró convencer a muchos compatriotas, afectados por recientes hambrunas, para que viajaran con él al nuevo y prometedor territorio. A diferencia de los que lo habían precedido, a Erik no le bastaba con haber alcanzado Groenlandia: quería asentarse allí, levantar poblados, construir granjas, y solo no podía hacerlo.

No todos los barcos que habían salido de Islandia llegaron a la tierra verde, pero los colonos que lo consiguieron fundaron dos asentamientos: Eystribyggð (actual Julianhåb) y Vestribyggð (actual Nuuk), que permanecieron ocupados hasta la «pequeña edad de hielo» del siglo XV. En el primero de ellos construyó el propio Erik el Rojo su granja, desde la que señoreó Groenlandia hasta su muerte en el año 1003. Sus hazañas colonizadoras, junto con las de su hijo Leif, fueron recogidas en la Saga de Erik el Rojo (Eiríks saga rauða) y en la Saga de los Groenlandeses (Grœnlendinga saga).

El segundo de los cuatro hijos de Erik, Leif, llamado el Afortunado (ca.970-ca.1020), heredó sin duda el impulso explorador de su padre. Movido, al igual que éste, por historias que escuchaba sobre tierras «más allá», en torno el año 1000 navegó hacia Occidente y alcanzó un territorio extraordinariamente fértil al que llamó Vinland («tierra de vides»). Probablemente él no fue consciente, pero acababa de descubrir América.

Tradicionalmente se ha dicho que el campamento de Leif se hallaba en L’Anse aux Meadows, en la isla de Terranova (Canadá), aunque estudios arqueológicos actuales consideran que aquello no era más que un pequeño astillero para la reparación de los barcos y que el auténtico asentamiento estaba en realidad en el Golfo de San Lorenzo. En cualquier caso, por lo que se deduce de las sagas, Leif Eriksson y sus hombres no fueron sólo los primeros europeos en poner pie en el continente americano sino también los primeros en tener contacto con los indígenas, a los que llamaron skraelings, «enanos», y quienes probablemente provocaron el abandono del asentamiento unos pocos años después.

¿Cómo habrían sido las cosas si islandeses y nativos hubieran conseguido llevarse bien, si aquel primer y único asentamiento hubiese florecido y atraído más y más nórdicos, si Leif y sus descendientes hubieran podido explorar el continente…? Posiblemente los vikingos no hubieran sentido la imperiosa necesidad de rapiñar todo lo largo y ancho de las costas europeas y, sin lugar a dudas, la historia de España habría sido muy, pero que muy distinta.

Como curiosidad, en el año 2006 se descubrió que cuatro familias islandesas actuales portaban en su código genético el ADN mitocondrial C1e, propio de amerindios. La hipótesis lanzada por los investigadores supone que una nativa americana (la mujer es la única transmisora del ADN mitocondrial) fue llevada a Islandia en tiempos de Leif Eriksson y tuvo allí descendencia. Una india en la Islandia vikinga del siglo XI. Da para una novela, ¿no?

viajes erik y leif 2

Los viajes y colonias de Erik el Rojo y Leif Eriksson (imagen: la ciencia y sus demonios)

ABU HAMID AL-GHARNATI

faro de alejandría abu hamid algharnati

El faro de Alejandría dibujado por Al-Gharnati (imagen: 1001 inventions)

Nacido en Granada en el año 1080 y muerto en Damasco en 1170, Al-Gharnati recorrió el Oriente musulmán y los territorios euroasiáticos hasta más allá del Mar Caspio. Desde que abandonó su Al-Ándalus natal nunca permaneció en ningún lugar más de unos pocos años, dedicados sobre todo a formarse con grandes maestros o a escribir sus dos libros de viajes.

Siendo todavía joven cruzó el estrecho de Gibraltar y viajó por Marruecos para llegar a Túnez, desde donde partió hacia Egipto no sin antes visitar Cerdeña y Sicilia. En el país del Nilo visitó Alejandría, El Cairo y las pirámides, y de allí marchó hacia Damasco, primero, y Bagdad, después, donde permaneció un tiempo. Se sabe que en 1130 se hallaba en Irán, desde donde viajó hasta la desembocadura del Volga, en el Mar Caspio. Ascendiendo el curso del río llegó hasta Bulgar, actual Bolghar, y desde allí viajó hacia el Oeste hasta llegar a Hungría, donde pasó varios años enseñando el Islam y la lengua árabe. Tras esto regresó hacia el Este para cruzar el Caspio y llegar a Juawarizm, al sur del Mar de Aral, en 1154.

Para entonces había visitado los límites del mundo islámico, pero como buen musulmán todavía debía cumplir con el precepto de peregrinar a La Meca. Hacia allí se dirigió, pues, en 1155, pasando por Isfahán y Basora. Visitada al fin La Meca regresó a Bagdad, donde permaneció un tiempo dedicado a escribir su primera obra, K. al Mu’rib an ba’d adja’ib al-Maghrib (abreviada, Al-Mu’rib). Terminada ésta viajó hasta Mosul, donde redactó su segunda obra, Tukfat al-albab wa nukhbat al a’djab (Tuhfa para los amigos), y, tras pasar por Alepo, regresó a Damasco, donde murió con 90 años. Ambos textos son fuentes valiosísimas para el conocimiento de la geografía, los pueblos y las culturas bajo dominio musulmán en el siglo XII.

El equivalente a la unidad y la seguridad que el Imperio Romano otorgó al Mediterráneo hasta el siglo V, gracias a lo cual Egeria había podido llegar a los Santos Lugares, lo encontramos en tiempos de Al-Gharnati en el mundo Islámico, cuyo dominio sobre tan vastos territorios y la existencia de rutas comerciales ya establecidas le permitió alcanzar lugares tan alejados.

viajes algharnati

Viajes de Abu Hamid Al-Gharnati (imagen: palabrasalbit)

 

Hasta aquí este primer repaso a los grandes viajeros de la Historia. Algunos nombres más la próxima semana…

 

 

WEBS CONSULTADAS:

planities

national geographic

biografías y vidas

el antiguo mundo

mujeres en la historia

medievalum

palabras al bit

la ciencia y sus demonios

 

IMAGEN DE CABECERA

Leif Erikson descubre América, Christian Krohg, 1893 (wikipedia)

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