Ilaàn

Separado del este por los Montes Kilkiones y las Montañas Rojas, protegido del norte por las turbulentas aguas del Estrecho de Mines y fronterizo al sur con los inmortales ahîra, a poniente contempla el reino de Ilaàn la infinitud del oceano desde tiempo inmemorial. Tierra antigua donde el presente se mezcla con un vasto y misterioso pasado, despierta en quien la conoce admiración por su historia y su saber y estupor por unas tradiciones cuyo sentido parece haberse perdido.

Sin embargo, las particularidades de la mentalidad y las virtudes que inspiran a los ilanos siguen haciendo de ellos un pueblo respetado entre los poderes que confluyen en el Mar Interior.

Tierra sagrada

Êrhis está repleta de mitos y leyendas que dan forma a las creencias de innumerables pueblos y reinos.  Para los ilanos, sin embargo, nada de lo que creen es tenido como un mero relato con el que lustrar un pasado inalcanzable a la memoria, sino que es considerado parte de su historia y de su presente. Cientos de lugares, episodios y dichos son vistos como la huella de la acción directa de dioses o héroes, haciendo presente una remota antigüedad entre las gentes de Ilaàn.

Cuentan los ilanos que existió al principio un tiempo divino en el que los dioses Kalios, Sora y Mines se revelaron a unos pocos hombres para enseñarles y prepararlos para La Larga Noche. Llegado el momento les dieron orden de seguirlos, pues habían dispuesto para ellos un lugar en el que podrían refugiarse y morar, y tras incontables años vagando a través de la tierra y el agua alcanzaron Ilaàn, la patria bendecida.

Durante generaciones los hombres moraron con los dioses, quienes ordenaron aquella parte del mundo para que se multiplicaran y la poblaran. En contrapartida, dictaron que sus hijos debían recordar sus palabras, obedecer sus mandatos y construir para ellos tres moradas sobre la tierra. Así, a Mines le construyeron su hogar en el estrecho, donde las violentas olas estallan contra las rocas, a Sora entre las brumas de la costa meridional y a Kalios en la cima más alta de los Montes Kaliosa.

Cuando aquellos refugios estuvieron listos, los dioses entraron en ellos para dormir, no sin antes recordar con los hombres el camino recorrido y las palabras escuchadas. Estas tres moradas son los tres santuarios mayores hacia los que durante generaciones los ilanos se han dirigido en sagrada peregrinación para encontrarse con los dioses.

Sin embargo, nada lo sorprendió más que la banda de seda roja con tres medallones cosidos que el antiguo soldado se ciñó a la frente. Eran como los que ganaban aquellos que realizaban los Peregrinajes Mayores a los tres grandes templos de Kalios, Sora y Mines.

Las estepas de Avok

Doce reyes

Las leyendas ilanas cuentan cómo los hombres se dividieron después de quedar solos en la tierra. Unos y otros reclamaban para sí el honor de haber entendido el mandato de los dioses y la misión de custodiar su legado, y en aquella disputa Ilaàn se quebró por la ambición de doce reyes que se coronaron a sí mismos.

Lo sabios piensan que Kalios, Sora y Mines se enfadaron al verlos y los castigaron con la ignorancia y la guerra, y durante generaciones lucharon entre sí aquellos que habían sido elegidos. Los mandatos se olvidaron, los templos se destruyeron y los hermanos derramaron la sangre de los hermanos. Las historias de los ilanos cuentan que en aquel tiempo otros hombres supieron de su debilidad y cruzaron el mar para someterlos y arrebatarles la tierra que les había sido entregada.

Fue entonces cuando Sora y Mines, angustiados por el sufrimiento de los hombres, imploraron a Kalios que no los abandonara. Conmovido, el mayor de los dioses convocó a un hombre en lo alto de los Montes Kaliosa para que su voz fuera escuchada de nuevo y, a través de él, los ilanos recordaran cuanto habían olvidado.

Con el favor de los dioses los enemigos fueron derrotados, los doce reyes humillados y los templos reconstruidos. Las palabras sagradas fueron escuchadas y recordadas de nuevo, y donde hubo doce coronas solo hubo una, del mismo modo que una sola ley hubo para todo Ilaàn.

Mares ilanos

Sean cuales sean las creencias de los ilanos, desde el comienzo de las Eras de la Magia sus naves alcanzaron con bizarría y atrevimiento las costas del Mar Interior y aun lejanos enclaves bañados por el océano. Durante siglos las gentes de las Islas de Harar-Tigur, el desierto de Shalar o la Bahía de Irnábara se habituaron a contemplar la llegada de barcos de Ilaàn con las bodegas llenas buscando nuevas tierras y otros pueblos.

La expansión ilana no reportó a sus reyes nuevos dominios y súbditos, pero sí riquezas y un vasto conocimiento del mundo lejos de Ilaàn. Más allá del comercio o la exploración, estos viajes supusieron el primer intento por desarrollar el keinas ilano, un ideal de acción para alcanzar y extender los principios de su credo y visión del mundo.

Con el correr de los siglos esta vocación llevó a los ilanos a entrar en contacto con dos poderes emergentes en el Mar Interior, Naushie y Shalar; encuentro que, de manera inevitable, hubo de llevar al enfrentamiento por el dominio de los mares. Si bien en un principio la posición ilana no se vio amenazada, a partir de Las Guerras del Mar naushitas y shalarianos fueron ganando terreno al otrora hegemónico Reino de Ilaàn, que desde entonces, en un interminable camino jalonado de enfrentamientos y conflictos, no dejó de verse arrinconado y amenazado por sus enemigos seculares.

La única nave que pudo navegar contra aquellos vientos contrarios fue el ideal del keinas, que siguió inspirando e impulsando a reyes, sacerdotes, sabios y aventureros a intervenir en determinadas encrucijadas en las que consideraron que debía estar presente la luz de la virtud ilana.

Maestros del oeste

Por este camino llegó Ilaàn al final de las Eras de la Magia y al conflicto que les puso término: la Caída de Naushie. En este turbulento horizonte emergen las figuras del inakorè o sumo sacerdote Einòn de Nocerà y el rey Dragon, que si bien se esforzaron en un principio porque Naushie superara su crisis, más tarde, cuando Nezheris Bærentar se autoproclamó emperador, optaron por apoyar al rey kromtariano Tagskerk Üngrar.

Ilaàn se sumó así a la alianza que derrumbó el poder naushita y aprovechó el conflicto para conjurar lejos de sus fronteras la amenaza shalariana, sentando así los cimientos para un posterior florecimiento. Terminada la guerra, los ilanos se convirtieron en una voz respetada en el Mar Interior, sobre todo entre los kromtarianos, que hicieron valer su ayuda para sentar las bases de un nuevo reino en el que el saber de los vencidos cupiera entre la tradición de los clanes montañeses.

El rey Tagskerk valoró especialmente el apoyo de los ilanos, alianza que, junto con la ayuda de otros poderes, lo erigió, desde su posición como conquistador de Naushie, en sostenedor y protector del Pacto de las Ocho Torres. Esta alianza entre Kromtar e Ilaàn se mantendría con el correr de los siglos, no sin ser en ocasiones olvidada o maltratada por monarcas de uno y otro lado poco conocedores de su pasado común.

—Con un decidido golpe militar —comenzó a explicarse, imperturbable ante la duda de su padre—, nos haremos con Kromtar, sea por conquista o por matrimonio. Con los ejércitos de Tigur y los de Kromtar bajo mi mando y la monarquía herthnaresa debilitada, nada nos impedirá tomar la triple corona antes de que tus hijos mueran.
—Te olvidas de Ilaàn —dijo el rey obligándose a razonar una idea tan disparatada—, son aliados tradicionales de Khurammar.

La estrella se alza en el cielo

El águila blanca

El triunfo sobre Naushie y Shalar permitió a los ilanos cimentar un posterior florecimiento al inicio de las Eras de la Guerra. De nuevo las naves de Ilaàn tomaron posesión de los mares y fueron avistadas desde costas lejanas de su tierra bendecida. Sin embargo, al otro lado del Estrecho de Mines crecía un nuevo poder que a la larga ensombrecería sus aspiraciones: Herthnara.

Al comienzo el enfrentamiento quedó dentro del complejo sistema de alianzas constituido tras la caída de Naushie, pues los herthnareses, que reclamaron para sí la tierra que lograron conquistar durante la guerra, se resistieron al ideal de unificación de los monarcas kromtarianos. En un principio Ilaàn trató de mediar en favor de sus aliados, pero la determinación herthnaresa no vaciló ante un conflicto que quebró las aspiraciones kromtarianas y dio espacio al crecimiento del águila blanca de Herthnara.

La experiencia y la tradición permitieron a los monarcas ilanos prever que la ambición de aquel nuevo poder sería difícil de saciar. Ni siquiera así fueron capaces de frenar una expansión que presionó con fuerza sobre las fronteras de Kromtar y los pueblos del norte y que, a lo largo de las Eras de la Guerra, cuestionó los acuerdos definidos tras la caída de Naushie. Ni las alianzas ni el conocimiento del pasado permitieron a Ilaàn y sus aliados frenar la constitución de un nuevo orden en el que Herthnara terminaría por erigirse en fuerza hegemónica.

En cuanto alcanzó las costas, el águila herthnaresa puso sus ojos en el mar, dando así origen a una rivalidad secular que pondría fin a la talasocracia ilana y terminaría por amenazar su dominio sobre la que había sido su tierra desde época inmemorial. Con el paso de los siglos este enfrentamiento ha tenido muchas caras y manifestaciones, y pese a acuerdos y tratados, sigue vivo en torno a las violentas aguas del Estrecho de Mines, donde el rugido de las olas parece recordar siempre las guerras que pasaron y las que están por llegar.

En aquella coyuntura las relaciones con Kromtar no podían decirse buenas, pero sí correctas. Más aún al compararlas con las de algunos otros vecinos del Imperio del Águila, como el reino de Ilaàn, con el que la disputa por el dominio del Estrecho de Mines había llegado a ser tan enconada y visceral que más parecía una cuestión personal.

La estrella se alza en el cielo

Tierra de dioses

Más que un hogar o un dominio, Ilaàn es para los ilanos un legado entregado por los dioses que sella el pacto y el vínculo establecidos en tiempos inmemoriales. Esta tierra, sagrada para quienes la habitan, constituye un vasto territorio que alcanza desde el Estrecho de Mines al norte hasta el río Ahîrian al sur y desde el océano al oeste hasta los Montes Kilkiones y las Montañas Rojas al este.

Entre las costas septentrionales y el Campo de los Pesares y la fértil altiplanicie que alcanza el cabo de Eos, Ilaàn se caracteriza por ser un país seco y caluroso, bañado por la luz brillante de un sol generoso que calienta vastos labrantíos en primavera, pero que puede llegar a agostar la mies en verano. Pueblos y villas salpican un paisaje de campos y dehesas donde los caballeros conviven con los campesinos y pastores que atienden las tierras y rebaños de los grandes señores.

Hacia el norte estos rigores parecen suavizarse en torno a las cuencas de los ríos Deres, Imeres y Neres, una tierra accidentada que las aguas riegan con generosidad alimentando vastos pinares y pastizales. En esta región, que tiene los ojos ya puestos en la costa, se alzan las mayores ciudades del reino, aquellas que le dan fama de tierra generosamente poblada en la que abundan marineros, comerciantes y caballeros.

Kainor, la capital, es la que más admiración y sorpresa despierta, pues en ella conviven ricos palacios y admirables templos con calles polvorientas y edificios viejos y empobrecidos. Siguiendo hacia el norte, en la desembocadura del río Imeres, es también digna de mención la ciudad de Nocerà, una urbe cuya vastedad trepa por la montaña y se derrama por la costa para acoger uno de los puertos más importantes y fascinantes de todo el Mar Interior.

Como frontera ante el desierto y los enemigos que allí habitan, los Montes Kilkiones se alzan en el este como una suerte de milenaria guarnición. Es una cordillera de altas cumbres en su encuentro con el Mar Interior, entre cuyas paredes han encontrado sustento y refugio del viento abrasador del desierto bosques, rapaces y aguerridos montañeses. Crestas y laderas pierden su vigor conforme avanzan hacia el sur, dejando paso al Campo de los Pesares, una tierra de herbazales, espartos y aliagas que se torna auténtica estepa ante las arenas del desierto de Shalar y las faldas de las Montañas Rojas.

La zona sur del país, desde el cabo de Eos hasta el río Ahîrian, se va transformando bajo el influjo de los vientos fríos y húmedos que traen las aguas del Mar Gris. La luz en estas regiones envejece entre las nubes que cubren habitualmente el cielo, y, merced a la lluvia, las convierten en una zona especialmente fértil y generosa. Mosaian es el territorio más meridional, fronterizo con las tierras de los ahîra y las estepas de los salvajes kitanna, y con frecuencia resulta extraña y distante para el resto de los ilanos.

Como tantas otras regiones de Ilaàn, es una tierra volcada hacia el mar en la que, quizás por el influjo de las aguas plomizas y los horizontes brumosos, abundan las leyendas e historias de marineros perdidos y secretos escondidos más allá de las aguas que alcanzan la vista.

Oh, Mosaian, rica eres en mieses y corderos,
copiosos en ti crecen el trigo y el romero,
crías a tus hombres con virtud y fortaleza.
Dime por qué, Mosaian, te ven con extrañeza
si albergas tal belleza

Las estepas de Avok

Keinas

El credo ilano se funda en la certeza de que todo ha sido creado por los dioses. De este modo, todo cuanto existe posee una naturaleza sagrada y mistérica en la que está presente la realidad divina, cuyo único sentido y objeto es el bien. Estas consideraciones afectan de manera especial a los hombres, a quienes Kalios, Sora y Mines confiaron el mundo y su sabiduría y les otorgaron tanto la capacidad de conocer como la capacidad de elegir.

Los ilanos, aquellos que escucharon y siguieron a los dioses, tradicionalmente han entendido que, si bien el mundo es por naturaleza bueno y justo, exige de la acción humana para preservar y realizar una naturaleza que se halla asediada por la degradación y la oscuridad. Los hijos de Ilaàn se consideran un pueblo elegido por la confianza de la divinidad, pero dicho convencimiento ha desarrollado, en contrapartida, unas exigencias morales que han terminado por definir un ideal de comportamiento que muchos invocan y del que no todos participan.

De este modo, más allá de dogmas y doctrinas, ideas como justicia, magnanimidad o servicio han dado forma a un camino de virtud que reporta a quien lo sigue gloria, por el beneplácito de los dioses, y honor, por la admiración de sus iguales. A juicio de algunos estas aspiraciones han servido, la mayoría de las veces, para llenar de un orgullo estéril el pecho de los ilanos, emprender arriesgadas empresas de escaso beneficio y, en ciertas ocasiones, protagonizar alguna que otra hazaña digna de recuerdo.

Independientemente de lo que puedan considerar los extranjeros, lo cierto es que estas creencias han dado forma a un complejo ideal, el keinas, que ha empujado a los ilanos a intervenir fuera de su tierra en luchas y encrucijadas alejadas de sus intereses más prácticos. Del mismo modo, el keinas se halla detrás de actitudes y comportamientos cuyo sentido es difícilmente discernible, y es también el principio de un verdadero camino de servicio y perfeccionamiento humano como es el de los caballeros Karannoi.

Por el fervor de su madre había velado la Luz bajo la gran cúpula del templo de Kalios en Kainor, había contemplado el encendido del fuego en el Salón de las Llamas del Mineian de Goia e incluso se había sometido al primer misterio de la orden de los Karannoi, pero nunca había visto un lugar semejante, vivo pese al olvido.

Las estepas de Avok