Historias de Terramar II. Las Tumbas de Atuan

Después de habernos acercado hace un tiempo a la primera entrega de la saga Historias de Terramar, toca ahora abordar el segundo volumen de las aventuras de Ged, Las Tumbas de Atuan, publicado en 1971, apenas tres años después de que viera la luz Un Mago de Terramar.

En primer lugar hay que decir que, pese a formar parte de la saga iniciada por aquella magnífica novela, lo cierto es que este libro conforma una continuación un tanto singular. Continuamos las andanzas de nuestro protagonista, pero han pasado ya bastantes años, apenas sabemos nada de lo que Ged ha hecho, y de los personajes que conocimos ninguno hace acto de presencia en este relato. Sin embargo, estos rasgos, que podrían frustrar las expectativas del lector, aportan un carácter particular a la historia.

Obviamente, el resultado es evidente en nuestro protagonista, el único elemento de continuidad con la primera novela. Han pasado diez años y Ged es más maduro y reflexivo, y hace gala de una hondura y una serenidad que en el joven mago de antaño no eran más que una promesa. Ha crecido y ha aprendido, y es un gran mérito de Ursula K. Leguin añadir con naturalidad al personaje dicho desarrollo y la huella de experiencias en las que no se profundiza, como una pátina que envuelve al aprendiz que ya conocíamos.

Las Tumbas de Atuan – Puffin Books 1976

Porque todo lo que nos pudiese haber conquistado de Ged en Un Mago de Terramar sigue estando ahí, aunque rebajado por el paso de la edad: el empuje orgulloso se ha tornado en abnegada valentía, la inquisitiva inteligencia es ahora perseverante ingenio, y su gran y lozana vitalidad asoma en una cálida humanidad. Si leísteis la reseña sobre el primer volumen de la saga ya sabréis que soy un seguidor incondicional de Ged, pero en mi opinión el personaje brilla de manera más plena en esta entrega, como el sol del mediodía.

Esta evolución es la que en cierto modo da forma a la trama, pues si el joven de antaño protagonizó un viaje completamente personal para vencer sus demonios personales y crecer, en esta ocasión emprende una aventura por el bien de todo Terramar. Un viaje que le llevará a un lugar atípico y sobrecogedor: las Tumbas de Atuan.

Personalmente pienso que el entorno de las tumbas, así como el culto religioso a ellas asociado, es una de las aportaciones más interesantes del libro. La isla de Atuan es el centro de un antiguo culto religioso que ya solo siguen las gentes del Imperio Kargad, y en el que una casta de mujeres consagradas viven al servicio de «Los Sin Nombre», dioses anónimos, sin forma ni sustancia, pero poseedores de un gran poder. Durante siglos las sacerdotisas se han encargado de custodiar los tesoros que los kargos han llevado allí durante sus guerras y de ofrecer sacrificios a estos misteriosos dioses.

Atuan y «Los Sin Nombre» son prácticamente la antítesis de Ged y su mundo. El poder de aquellos viene de la oscuridad, de la nada y el vacío, de lo irracional y lo profundo; son fuerzas primigenias e insondables para los hombres. La tradición de los magos de Terramar, a los que el culto de «Los Sin Nombre» ha condenado y maldecido, es un camino racional y luminoso en pro de las personas, en el que la vista se posa sobre todas las cosas que existen, dándoles un nombre y reconociendo el poder de su existencia a través de las palabras. El poder de los magos, la sustancia de la magia, son las palabras del primer idioma que existió; la fuerza de «Los Sin Nombre» viene de la oscuridad que había antes de la voz y la palabra.

Y frente a un mago aparece una sacerdotisa, Arha, cuyo alumbramiento como máxima autoridad del culto de Atuan ilustra bien la naturaleza de sus dioses. Muerta la suma sacerdotisa la tradición de la isla dice que hay que buscar a aquella en quien ha de reencarnarse, en esta ocasión la pequeña Tenar. La niña pronto es llevada a los templos para someterse al rito que la convierta en Arha, que no significa otra cosa que “la devorada”, pues con su consagración al servicio de «Los Sin Nombre» desaparece su propia identidad.

Las Tumbas de Atuan – boceto

Las Tumbas de Atuan es una secuela un tanto atípica en parte porque el protagonismo no recae tanto en Ged como en Tenar, otro gran personaje de Ursula K. Leguin. En ella se mezclan no ya dos personalidades, un planteamiento más fácil y extremo que quizás sería más propio de estos años, sino dos vetas de la misma personalidad que entran en inevitable conflicto por las circunstancias. Tenar nunca eligió ser lo que es y de alguna manera la persona que hubiese querido y debido ser se resiste a desaparecer bajo Arha, la suma sacerdotisa. Pero como máxima responsable del culto de las Tumbas de Atuan ha sido educada en su deber hasta hacerlo parte de ella, y todas las ancianas del lugar vigilan para que lo cumpla escrupulosamente. No hay ningún desdoblamiento de psiques, lo que hace el conflicto más doloroso y complejo, también más atrayente para el lector, y sin duda mucho más difícil para la escritora.

Por supuesto, nadie se sorprenderá de que Ged y Tenar están destinados a encontrarse, aunque no ahondaré en el por qué ni en las circunstancias de su encuentro y relación; solo diré que para mí fueron las mejores páginas de la trilogía. Por su naturaleza y circunstancias Ged y Tenar son como la noche y el día, como el sol y la luna; será por el mago, el único que ve más allá de Arha la sacerdotisa, que la joven Tenar quizás abandone la noche para brillar como siempre tuvo que hacerlo.

Como habréis deducido disfruté mucho con Las Tumbas de Atuán, una secuela que se aleja de su predecesora, encuentra su camino y destaca como un libro con personalidad propia. Os recomiendo su lectura, y aunque os aviso de que su inicio es un tanto árido al comienzo, como lo son «Los Sin Nombre», encontraréis páginas verdaderamente especiales en torno a la historia de Ged y Tenar.

Referencias:

rescepto

hijos del átomo

Imagen de cabecera:

La Isla de los Muertos (A. Böcklin, 1880-1886 ca.) en ajcarlisle.files.wordpress.com

Add Comment

Your email address will not be published. Required fields are marked *